sábado, 11 de diciembre de 2010

Ayer en el trabajo (ELLA)

Se levanto cinco minutos antes para irse. Hoy había traído tacos, así que estaba más alta todavía. Hermosa. Se soltó el pelo largo, se puso la camperita de jean apretada -andaba toda enfundada- y se fue del otro lado del escritorio para cerrar unos detalles con la jefa. Que linda era todavía, aunque ya casi no nos habláramos.
Ya no la deseaba, brasas mojadas. Esa herida había cerrado, pero lo que me quedaban eran unos milímetros de nostalgia, una pequeña cicatriz. La pucha que hubiéramos hecho buena pareja. La veía como un puerto, una mujer puerto, y yo  velero tormentoso sacudido por el viento. Y es que era divertida mi aventura solitaria,  libertad, conocer nuevas bocas, no me quejaba, pero a veces al verla me daban ganas de entrar en su templo, mujer iglesia, y derrumbarme al resguardo de la lluvia, al calor de las velas.

1 comentario:

  1. Cuantos puertos nos quedaron pendientes por arribar...
    Muy sinceras tus palabras, y esas brasas mojadas, pucha que molestan!
    Besosssss!

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