martes, 30 de noviembre de 2010

Manoseos en la noche

Y por otro lado estaba esa amiga de toda la vida a la que precisamente en ese cumpleaños en que ignoraba a la otra, descubrió como posible compañera de pasiones. De chicos habían ya tenido algo. Era raro, pero de hecho tenían un historial prohibido, abundante en manoseos por debajo de las sabanas, besos en los pies y hasta una bombacha que con una risita inesperada ella le había puesto por un segundo en la nariz, lo que por otro lado era una de sus fantasías mas grandes jamás reveladas, con lo que resultaba increíble que ella pudiera compartir esos gustos en apariencia (aunque con gustos nunca se sabe) tan retorcidos. Pero contrario a lo que se pueda creer, nada de esto era explícito, ni siquiera él sabia si era del todo consentido. Ocurría que muchas veces en la adolescencia terminábamos acostados uno al lado del otro, y suponiendola dormida, enceguecido por la calentura que tantas cosas otros días impensables me/lo había arrastrado a cometer, metía de a poco la mano abajo de las sabanas y la arrastraba lentamente hasta tocar su piel. Ahí la dejaba un rato, como si fuera más una cuestión de no hacer ruido que de que sintiera una mano en el culo, y que incluso a veces se le metía po abajo del pijama y le tocaba la Concha. Lo avances eran muy lentos, algo que me resulta sorprendente en retrospectiva porque, de vuelta, pareciera haber pensado que una mano abajo de una bombacha se disimulaba mejor si avanzaba despacio. Pero pensandolo ahora, eso se debía a que estaba más preocupado por el sigilo, siempre el sigilo, que por la complicidad, por lo que los hechos se volvían más un acoso tácitamente consentido que un juego de adolescentes en celo. Eso hasta que ella se daba vuelta o incluso a veces abría los ojos y se sacaba la mano invasora de entre las piernas. Pero eso nunca pasaba de inmediato, por lo que tenía bastante tiempo de sentir su piel, incluso sus partes más intimas. Siempre tuve dos posibles hipótesis que nunca comprobé: o se calentaba cuando sentía mi mano avanzar de a poco por su cuerpo, o la paralizaba una vergüenza tal que solo se decidía a romper cuando mis manos estaban ya bien metidas entre sus piernas, esos momentos de adrenalina pura en que me estallaban las venas con cada centímetro que mis dedos conquistaban en su piel. Los minutos se hacían horas tratando de avanzar con manos tan torpemente furtivas por su cuerpo, de modo que nunca pude estar seguro de cuanto tiempo pasaba en vela durante esos silenciosos asaltos. Mientras tanto todos los demás en el cuarto dormían, porque nunca estábamos solos: esas oportunidades de dormir a su lado solo se daban en viajes familiares o festejos puntuales que se prolongaban, por lo que terminabamos los parientes y amigos cercanos, ella era de estos últimos, durmiendo en el mismo lugar. De lo que sí estoy seguro es de la inmensa vergüenza que llegaba con el sol, al menos de mi lado. Siempre me levantaba ultimo de la cama, como queriendo resistrme, pasado el momento animal, a tener que verla a la cara sabiendo lo que había hecho horas atrás. Hasta que finalmente me levantaba y cuando la cruzaba era como si nada hubiera pasado, por parte de ambos. Un buenos días acompañado de sonrisa ocasional y a quemar con luz de sol los recuerdos de la noche.
Respecto de los pies y las bombachas que mencionaba antes, fueron episodios aislados, de cuando teníamos 14 mas o menos, y lo recuerdos son bastante confusos. Aunque lo único que no entiendo es como no aproveche esos signos inequívocos para encender una historia menos encubierta entre nosotros.
En fin, en esta amiga de la infancia había encontrado en aquel cumpleaños en que ignoraba a la amiga de mi prima, a una posible compañera de pasiones. La verdad es que la idea no me volvía loco de entusiasmo, pero era más una sospecha de que podíamos llegar a sacarle un jugo delicioso a una relacion algo apagada con el tiempo.

ELLA y ella

Creo que lo que mas me gustaba era cuando se reía. Cómo me enamoraba esa sonrisa.. Todo el tiempo pendiente de hacer algún chiste para que soltara una de esas risitas que me hinchaban el pecho como un pajarito que se llena de aire, solo que acá era deseo. Pero no siempre me había gustado. De hecho fue algo bastante repentino, aquel día que la vi entrar alta y con el pelo largo, suelto hasta la cintura, las calzas grises y ese pulover grueso color negro que tantas veces después quise tener en un abrazo. Ese día me empapo el alma como un chaparrón de verano.
Que enamorada me había pegado, Dios mío. Las reuniónes de trabajo una completa perdida de tiempo, un andar relojeandola a cada rato, imposible concentrarse, que bien te queda ese jean, no me había dado cuenta de que tenias un culo tan lindo.
Y lo de los muñecos, que locura. Como me temblaba la mano cuando le daba cuerda al ultimo, el que llevaba el cartelito de "salimos?" pegado en la cabeza.
Pero ella pareció casi ni notarlo. Yo lo esperaba un golpe maestro, y sin embargo no se vieron ni mellas superficiales. Adentro quien sabe. Mas de una vez pense en deslizarle el tema a la amiga, no el de los munecos claro, sino el del pibe este con el que salía hacía dos meses, con el "chico", pero tenía pinta de Pandora y tipico que después se corría la bola en la oficina y ahí anda a recuperarla. Verguenza, silencio y a otra cosa; camino conocido.
Así que fue esperar nomas, esperar que mi movida hubiera hecho algo mas adentro, y que con el tiempo dejara a este pibe y me diera una oportunidad.
Después de la declaración la cosa quedo un poco mas fría, no voy a decir que no. Pero no de mi parte, por lo menos no conscientemente. Yo recibía sus comentarios, mas escasos que antes, con una sonrisa y la risa cómplice en la recamara, lista para levantar un cirquito en cualquier frase y terminar riendo, divertidos como antes. Pero esa cada vez pasaba menos, sobre todo después del mensajito.
Habíamos ido a un evento después del trabajo, y se ve que salir de la oficina fue un alivio, porque al ratito nomas ya estábamos a las risas como antes. Así tres horas mas o menos, y con las tres cervezas que tenía encima le hubiera apuntado un beso derecho a la boca, pero con la amiga presente, también compañera, no había forma.
Casi llegando a casa fue cuando le mande el mensajito. No pensé en ilusiones, era casi como quien demuestra una obviedad, un teorema matemático, no había duda de que teníamos que estar juntos. Estaba tranquilo incluso sin una respuesta a las dos, tres horas. Pero la mañana siguiente me trajo una cara fría y una actitud distante. Los centímetros que separaban nuestros asientos se hicieron metros, limitando los intercambia a cosas indispensables, de trabajo por lo general. Fue el invierno de la risa.
Pero silencio, distancia y todo, como me gustaba. Con que deseo la miraba pasar cargando contratos, que de haber sido de matrimonio te los firmo en este mismo instante. Más me ignoraba, más me gustaba, y más crecía esa furia que me encendía de ganas de llenarla de besos que como bofetadas la arrancaran del silencio.
Pero en el fondo estaba tranquilo. Confiado en realidad; unos pocos días malos no iban a roer mis ilusiones.
Aunque por otro lado estaba contento porque me lo tomaba mas como un juego . No un juego exactamente, pero sí como una situación divertida. No sabia bien como, pero había logrado esquivar la negra obsesión que se me prendía siempre en esas situaciones y en cambio pensaba en ella solo de vez en cuanto, para llenar los ratos libres o algun que otro viaje en colectivo. Tal vez fuera uno de esos mecanismos inconscientes de auto defensa. Podía ser, sobre todo teniendo en cuenta que mi alma, o mi vida amorosa mas bien, eran lo mas parecido a un cementerio lleno de autos chocados, innumerables y hermosos autos, sueños devenidos en fierros retorcidos y pintura carcomida por el oxido del tiempo.
Lo concreto era que, autodefensa o no, no pensaba demasiado en ella, al menos no excesivamente, no insalubremente. Pero cuando lo hacía era intenso.
Incluso ya surgían otros proyectos amorosos, sentimentales va, pero solo por involucrar sentimientos de alguna clase. La compañera de mi prima por ejemplo. Boliche, manos trenzadas, baile apretado, inesperado rechazo, se va con otro, odio clase 2 en escala de 10, nada grave, se cruzan una semana después en el cumpleaños de la prima, el la ignora, ella se acerca toda la noche, ella va a bailar, el se queda, ella se desilusiona un poco, pasa el tiempo, ella se engancha cada vez mas, arregla una incursión inesperada para ir a comer a la casa de él, armada de la prima que hace de ariete, escudo y puente, conoce a los padres de él incluso antes desatar el primer beso, reunión que se repite a las dos semanas, justo antes del viaje de la uneversidad a Tucumán donde todo se va de control y ella termina estando con 4, si, no 1 ni 3 sino 4 amigos, amigos entre ellos no de ella (tal vez peor) lo que hace que cuando él se entera por medio de su prima se siente como un boludo por haber preparado secretamente algo dulce para robarle el primer beso, y de modo que ahora se siente de una inocencia similar a la de un virgen frente a una prostituta, y no es que ella fuera una prostituta, pero estaba claro que no tenía sentido jugar al romántico (casi boludon) después de un episodio así, aunque ella lo sorprende con un mensajito la noche en que vuelve de tucumán y después de un par de mensajes algo confusos se vuelven apenas animales (él espera volverse del todo dentro de poco) y se dicen discrectamente que se tienen ganas, con lo que quedan a la espera de los mensajitos que vaya trayendo la semana, hilvanando su primer encuentro de y para 2.

 


lunes, 29 de noviembre de 2010

Hacer amor


Nos miramos y reímos, y giramos y giramos en un abrazo. Todo se mueve, pero no salgo de tus ojos, de tu risa, hasta que un poco queriendo tropezamos con la cama  y quedamos ahí tendidos, pero ahora en silencio. Que lindos labios tenés, no me había dado cuenta, y entonces, frentes que se tocan, ojos que se miran, ojos que se cierran. Sentimos. Esos momentos en los que el roce electriza, en los que todo confuso, beso, piel, calor, tanteando con sed en forzada ceguera. Parpados que se abren y miran profundo, breve paz que anuncia el fuego. Y de vuelta a lo oscuro, de vuelta a estar cerca y de a poco al instinto. Besos que ganan fuerza, que a veces chocan entre suspiros, manos que aún acarician y se entrelazan, pero ya perdiendo el control. Y entonces el frenesí. Se arrancan a manotazos las falsas pieles, hasta las más intimas, y el abrazo siente el calor de los cuerpos, todo piel, suspiros y un gemido que se contiene un segundo en una mueca y finalmente escapa. Entonces la unión que se sella con ojos que aman por un instante y borran el tiempo.
Quedan tendidos, ella aún sonriente entre sus brazos, y entonces se duermen entre caricias suaves.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Amores de estación

Se había subido en la estación Agüero y desde entonces no podía sacarle los ojos de encima. La miraba furtivamente, de a ratitos en los que se quemaba con el deseo, pero que eran lo único que por un instante apagaban esa sed de ella que lo apretaba cada vez que sacaba la vista. Era como un linyera que mira alguna delicia detrás de un cristal, cristal que es mucho más que solo eso, que divide mundos, universos ajenos, cristal que en unos pocos centímetros encierra la esencia de la abismal diferencia entre las clases, centímetros que son años luz en lo que una y otra forma de vivir representan. Porque aunque el linyera se cruzara y caminara entre las señoronas que toman té con escones a la tarde, así llegara al delirio impensado de sentarse en su  mesa, aún entonces habría entre ellos una distancia infranqueable, infinita. Pero… ¿y si en un rapto de locura alguna muchacha noble lo invitaba a cruzar, le abría una puerta por donde acceder a ese mundito fortificado?
El subte se hizo más lento de a chirridos mientras él se desesperaba viéndola levantarse del asiento. Era como un sueño que se anunciaba su fin, pero que no terminaba en la lucidez del despertar, sino que se prolongaba en una agónica pesadilla, en la impotencia de verla alejarse mientras su alma golpeaba y gritaba tratando de romper ese silencio que era como un muro invisible que separa, que como el mar se la llevaba para siempre. Todo transcurría frente a decenas de ojos perdidos que ni siquiera sospechaban las erupciones que en ese momento se desataban en el corazón de ese pibe, uno más en la masa del vagón, uno más para ella también.
Las puertas se abrieron y ella bajó. La siguió desesperadamente con la vista, tratando de encontrarla una última vez a través de las ventanas, mientras el tren se empezaba a mover pesadamente. La distinguió entre la gente y justo en ese instante ella lo miró, lo miró fijo, y sus ojos se conocieron un segundo. Entonces todo se hizo negro.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sexo


Suspiros, dos cuerpos calientes que se encuentran una y otra vez, liberando en cada golpe un gemido prisionero. A media luz la masa de carne se revuelve y gira, se transforma en perro sexual, en cabalgata desquiciada, en transpiración y piel. Miradas que se cruzan como perdidas, como ausentes. Se encuentran por última vez y quedan así unidos, por un segundo que se prolonga en silencio, y entonces todo acaba. Como un sueño que termina, como la suciedad que es lavada por un baldazo de agua fría, la excitación desaparece en un instante, instante que se vuelve el más lúcido en la vida de un hombre. Solo en ese brevísimo lapso de tiempo se puede ver todo claro, fríamente, libre de la contaminación, de la narcosis de la calentura y el instinto animal.
Siente asco. Jura no volver a hacerlo, aunque bien sabe que es una de aquellas mentiras cíclicas, persistentes en la vida de toda persona. Lo mismo había dicho la mañana anterior, y sin embargo aquí estaba, al lado de esa mujer que si bien era fea (aún más en estos momentos de brutal lucidez), se volvía irresistible después del atardecer, revolviendo hasta el fondo de sus instintos más salvajes, hechizándolo con su magia oscura y pegajosa. Pensó una vez más que la historia del hombre lobo era una gran metáfora de la calentura del hombre. No podía ser más claro. Un hombre capaz de hacer lo impensable por la noche, y que a pesar de lamentarse durante el día, sabe que no puede escapar, condenado a caer una y otra vez, a transformarse inevitablemente en algo que escapa a la claridad de su voluntad diurna, algo enceguecido y guiado por profundos instintos incontrolables.
Se sintió desnudo. Ya no vestía las ropas del deseo, de modo que se tapó y se puso de costado, dándole la espalda. Se quedaron en silencio hasta que por fin se levantó. Quiso huir, salir de ahí  y desaparecer, pero la amabilidad era algo contra lo que no podía luchar, único instinto tal vez más poderoso que el que lo secuestraba minutos atrás. A veces le molestaba ser tan considerado con la gente y deseaba poder cagarse en otros, pero era inútil, era algo que sabía no se podría arrancar de su forma de ser, de la misma forma en que una extremidad enferma, un brazo con cáscaras y dedos deformes por caso,  jamás podría ser cercenado por propia voluntad, por odioso e intolerable que se volviera.
Aunque no la quería, (no la amaba mejor dicho, puesto que a pesar de todo la apreciaba) no le gustaba la idea de lastimarla. Siempre era muy cuidadoso en eso, por lo que se contuvo y fue para el baño. Dicen que una ducha limpia el cuerpo y el alma, así que se encerró debajo de las gotas en un momento de intimidad dentro de la intimidad. Se sentía solo, a pesar del enorme vidrio a sus espaldas que dejaba ver el cuartucho, y, sobre la cama, a la mujer con la que se había confundido unos minutos antes. El agua acarició millones de veces su cuerpo mientras pensaba, con la cabeza sobre el brazo que descansaba en la pared. De a poco sintió la intoxicación volver, lentamente se nublaba la claridad. La lógica agonizaba, intentando resistir inútilmente la avasallante fuerza del instinto, como un hombrecito que manotea mientras es levantado en el aire por un gigante. Sabía que en volvería a caer, que no podría escapar a las cadenas que lo ataban al deseo impuro y enceguecedor pero excitante al fin. Se sentía, como un preso o un condenado que camina al patíbulo; ya nada se podía hacer.
Salió del baño y fue hacia la cama.

martes, 23 de noviembre de 2010

Un comienzo

Este podía andar. Habían indicios de que tenía buenas condiciones, así que con un poco de suerte dentro de poco iba a poder tener este tema cerrado.
Se había parado a mirarlo un segundo entre el ir y venir de su trabajo, aquella implícita maratón indoors en que resulta el día a día en la oficina. Por la gran ventana de la sala se podía ver al joven aspirante llenando papeles con preguntas y dibujando las disparatadas consignas del test psicológico.
Pedro miró los trazos que acababa de hacer, preguntándose que crítico evaluaría la obra. Se veían un poco infantiles ahora que los miraba de nuevo. No le importó demasiado, en el fondo admiraba la inocencia de la infancia, esa pureza fértil que se traduce en una creatividad inusitada, imprevisible. Después de todo, como decía Picasso, todos los niños nacen artistas, solo que los adultos después se encargan de estropearlos, de modo que estaba tranquilo manteniendo viva parte de esa esencia original. Lo intrigaban de todas formas las preguntas de la evaluación: “¿Tiene miedo a la oscuridad?”, “¿Cuan seguido va de cuerpo?”, “¿Si tuviera que elegir, que preferiría ser, una raqueta de ping pong o una zanahoria?”. Tal vez los psicólogos habían descubierto algún algoritmo cósmico que les permitía determinar a través de los hábitos escatológicos del candidato cuan apto era para el puesto al que se postulaba. Pero no le importaban mucho las preguntas tampoco, su mensaje había sido claro en la charla previa, quería subirse al barco de la empresa y remar fuerte junto con el resto, y presentía que esa determinación, esas ganas genuinas de sumarse al equipo serían la clave del éxito. Presentía en realidad que esa era la clave del éxito en cualquier entrevista laboral, no solo en la de aquella compañía de jabones.
Ahora, lo que sí lo indignaba era esa camuflada soberbia que blandían los psicólogos a la hora de evaluar los dibujos del postulante. ¿Desde cuando una obra tiene una única interpretación, o una interpretación correcta? No solo era una injuria hacia los postulados más elementales del arte, sino que además ¿Qué los hacía pensar que podían juzgar algo tan misterioso y desconocido como los confines de una mente, de un alma, a través de unos garabatos, y lo que es peor, con una pretendida precisión irrefutable? Inaudito. Sorprendentes supersticiones del hombre, que lo llevan a creer (¡y no solo individual, sino colectivamente!) que la palabra de un viejo de principios del siglo pasado es herramienta infalible para juzgar las complejidades de una persona.
Como fuera, estaba compitiendo por el trabajo, con lo que no había lugar para estas cavilaciones. Mejor someterse por un momento a la soberbia de los psicólogos que continuar durante meses bajo el oscuro reinado de la angustia del desempleo, aquel ocio estéril que terminaba por abombar los ánimos y la voluntad.
La puerta se abrió y la fina voz de la evaluadora lo encontró nuevamente: ¿Ya terminaste?

Salió del edificio contento. El calorcito del sol de la mañana se sumaba a un desempeño magistral en la prueba; o al menos eso creía. A diferencia de otras veces, había escapado de los clichés, de las respuestas estereotipadas a la hora de enfrentar las preguntas de su interlocutora, dejándose llevar por la imaginación, o más que por la imaginación, por sentimientos sinceros. Es cierto que las preguntas esta vez habían sido más propicias para respuestas poéticas que en otras entrevistas, pero aún así, había logrado ser auténtico. Como cuando, tras haber respondido ya “un águila” y “un árbol” a la pregunta de que cosa no humana te gustaría ser si pudieras elegir, calló unos segundos y agregó: “un sentimiento”. Un sentimiento intenso, pero de los buenos, porque por supuesto que el odio puede ser intenso también. Uno lindo, como la amistad o el amor. A medida que se abría, que dejaba correr flores y nubes en respuesta a las preguntas, se iba generando un ambiente calido, como de paz, de tranquilidad dulce. Notaba que la mujer lo sentía también, por lo que al final de la entrevista se quedaba con una profunda sensación de satisfacción. Ahora solo quedaba esperar a que lo llamaran nuevamente