Este podía andar. Habían indicios de que tenía buenas condiciones, así que con un poco de suerte dentro de poco iba a poder tener este tema cerrado.
Se había parado a mirarlo un segundo entre el ir y venir de su trabajo, aquella implícita maratón indoors en que resulta el día a día en la oficina. Por la gran ventana de la sala se podía ver al joven aspirante llenando papeles con preguntas y dibujando las disparatadas consignas del test psicológico.
Pedro miró los trazos que acababa de hacer, preguntándose que crítico evaluaría la obra. Se veían un poco infantiles ahora que los miraba de nuevo. No le importó demasiado, en el fondo admiraba la inocencia de la infancia, esa pureza fértil que se traduce en una creatividad inusitada, imprevisible. Después de todo, como decía Picasso, todos los niños nacen artistas, solo que los adultos después se encargan de estropearlos, de modo que estaba tranquilo manteniendo viva parte de esa esencia original. Lo intrigaban de todas formas las preguntas de la evaluación: “¿Tiene miedo a la oscuridad?”, “¿Cuan seguido va de cuerpo?”, “¿Si tuviera que elegir, que preferiría ser, una raqueta de ping pong o una zanahoria?”. Tal vez los psicólogos habían descubierto algún algoritmo cósmico que les permitía determinar a través de los hábitos escatológicos del candidato cuan apto era para el puesto al que se postulaba. Pero no le importaban mucho las preguntas tampoco, su mensaje había sido claro en la charla previa, quería subirse al barco de la empresa y remar fuerte junto con el resto, y presentía que esa determinación, esas ganas genuinas de sumarse al equipo serían la clave del éxito. Presentía en realidad que esa era la clave del éxito en cualquier entrevista laboral, no solo en la de aquella compañía de jabones.
Ahora, lo que sí lo indignaba era esa camuflada soberbia que blandían los psicólogos a la hora de evaluar los dibujos del postulante. ¿Desde cuando una obra tiene una única interpretación, o una interpretación correcta? No solo era una injuria hacia los postulados más elementales del arte, sino que además ¿Qué los hacía pensar que podían juzgar algo tan misterioso y desconocido como los confines de una mente, de un alma, a través de unos garabatos, y lo que es peor, con una pretendida precisión irrefutable? Inaudito. Sorprendentes supersticiones del hombre, que lo llevan a creer (¡y no solo individual, sino colectivamente!) que la palabra de un viejo de principios del siglo pasado es herramienta infalible para juzgar las complejidades de una persona.
Como fuera, estaba compitiendo por el trabajo, con lo que no había lugar para estas cavilaciones. Mejor someterse por un momento a la soberbia de los psicólogos que continuar durante meses bajo el oscuro reinado de la angustia del desempleo, aquel ocio estéril que terminaba por abombar los ánimos y la voluntad.
La puerta se abrió y la fina voz de la evaluadora lo encontró nuevamente: ¿Ya terminaste?
Comenzar a abrir la mente
ResponderEliminarvolar y encontrar en el vuelo
una palabra nueva...
no todos queremos ser vistos como todos...
nanoNano :0) y muchas gracias por ponerme ahi al costado!