miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sexo


Suspiros, dos cuerpos calientes que se encuentran una y otra vez, liberando en cada golpe un gemido prisionero. A media luz la masa de carne se revuelve y gira, se transforma en perro sexual, en cabalgata desquiciada, en transpiración y piel. Miradas que se cruzan como perdidas, como ausentes. Se encuentran por última vez y quedan así unidos, por un segundo que se prolonga en silencio, y entonces todo acaba. Como un sueño que termina, como la suciedad que es lavada por un baldazo de agua fría, la excitación desaparece en un instante, instante que se vuelve el más lúcido en la vida de un hombre. Solo en ese brevísimo lapso de tiempo se puede ver todo claro, fríamente, libre de la contaminación, de la narcosis de la calentura y el instinto animal.
Siente asco. Jura no volver a hacerlo, aunque bien sabe que es una de aquellas mentiras cíclicas, persistentes en la vida de toda persona. Lo mismo había dicho la mañana anterior, y sin embargo aquí estaba, al lado de esa mujer que si bien era fea (aún más en estos momentos de brutal lucidez), se volvía irresistible después del atardecer, revolviendo hasta el fondo de sus instintos más salvajes, hechizándolo con su magia oscura y pegajosa. Pensó una vez más que la historia del hombre lobo era una gran metáfora de la calentura del hombre. No podía ser más claro. Un hombre capaz de hacer lo impensable por la noche, y que a pesar de lamentarse durante el día, sabe que no puede escapar, condenado a caer una y otra vez, a transformarse inevitablemente en algo que escapa a la claridad de su voluntad diurna, algo enceguecido y guiado por profundos instintos incontrolables.
Se sintió desnudo. Ya no vestía las ropas del deseo, de modo que se tapó y se puso de costado, dándole la espalda. Se quedaron en silencio hasta que por fin se levantó. Quiso huir, salir de ahí  y desaparecer, pero la amabilidad era algo contra lo que no podía luchar, único instinto tal vez más poderoso que el que lo secuestraba minutos atrás. A veces le molestaba ser tan considerado con la gente y deseaba poder cagarse en otros, pero era inútil, era algo que sabía no se podría arrancar de su forma de ser, de la misma forma en que una extremidad enferma, un brazo con cáscaras y dedos deformes por caso,  jamás podría ser cercenado por propia voluntad, por odioso e intolerable que se volviera.
Aunque no la quería, (no la amaba mejor dicho, puesto que a pesar de todo la apreciaba) no le gustaba la idea de lastimarla. Siempre era muy cuidadoso en eso, por lo que se contuvo y fue para el baño. Dicen que una ducha limpia el cuerpo y el alma, así que se encerró debajo de las gotas en un momento de intimidad dentro de la intimidad. Se sentía solo, a pesar del enorme vidrio a sus espaldas que dejaba ver el cuartucho, y, sobre la cama, a la mujer con la que se había confundido unos minutos antes. El agua acarició millones de veces su cuerpo mientras pensaba, con la cabeza sobre el brazo que descansaba en la pared. De a poco sintió la intoxicación volver, lentamente se nublaba la claridad. La lógica agonizaba, intentando resistir inútilmente la avasallante fuerza del instinto, como un hombrecito que manotea mientras es levantado en el aire por un gigante. Sabía que en volvería a caer, que no podría escapar a las cadenas que lo ataban al deseo impuro y enceguecedor pero excitante al fin. Se sentía, como un preso o un condenado que camina al patíbulo; ya nada se podía hacer.
Salió del baño y fue hacia la cama.

3 comentarios:

  1. "como un hombrecito que manotea mientras es levantado en el aire por un gigante...Salió del baño y fue hacia la cama."

    muy bueno...

    nanoNano :0)

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  2. "momentos de brutal lucidez" la definición exacta. Muy cierto lo del asco también, pensé que era el único desalmado que lo sentía.

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